Me daban ganas de decirle cuánto lo
extrañaba, extender mis brazos sobre su cuello, arreglar sus pobladas cejas con
mi pulgar, mientras él cerraba los ojos, cual niño consentido.
Me daban ganas de abrazarlo por la
espalda, posar mis labios sobre su piel y absorber el aroma que desprende,
hasta que me penetrara las profundidades de la misma psiquis.
Me daban ganas de decirle ese "te
amo" que se quedó atravesado entre el pecho y la espalda, porque no me di
cuenta que lo sentía sino hasta que ya todo estaba jodido, y me daban ganas de
besarlo sin miedo y con calma, así como solo besaría quien no ha besado jamás,
de tomar su mano suave, blanca, fuerte entre las mías, para sentirlo cerca,
para sentirlo mío y dormirme en ella mientras imaginaba la canción de cuna que
cantaba mi mamá...
Lo vi a lo lejos, caminaba taciturno y
despistado como siempre, mirando la transparencia de los cristales en las
tiendas, deteniéndose y pensando, lo reconocí al vuelo, la camisa azul, los
jeans desgastados, las manos en los bolsillos y esa expresión reflexiva que se
confundía con tristeza, pensé que al encontrarlo podría al menos decirle un
"Hola tonto" pero no hubo mirada, ni un encuentro, ni saludo, él cruzó
a la otra acera y yo simplemente seguí.
-Después del insomnio
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