domingo, 29 de marzo de 2015

Te dejo porque pinté susurros para los que, los únicos oídos sordos, fueron los tuyos. Te dejo porque la dejada fui yo desde el momento en el que comencé a ser la única que besaba. Te dejo porque he sido un yo contigo. Un yo contigo en el que he perdido una importante parte de mí.
La parte con la que soñaba.
Te dejo porque haz ralentizado mis ganas, mis sueños y casi todas mis emociones. Porque te has convertido en un ibuprofeno de lo que sentía hacia ti. Porque has sido un tropiezo en mi vida, las espinas de mi rosa y, en esta relación, una experiencia más agria que dulce.
Comencé a tu lado lo que, creía, sería el libro más bonito de la historia. Aquel al que no se le terminaran los capítulos, aquel en el que me apeteciese doblar la esquina de cada página para recordarme que, en ella, había algún instante inolvidable plasmado en la memoria de nuestra relación. Y, sin embargo, no hice más que coleccionar páginas en blanco. Espacios vacíos en los que escribir aquello que, diariamente, quería que sucediese. Un libro al que terminaron poniéndole tinta mis sueños frustrados, la forma en la que no me mirabas, y las caricias que no recibí.
Una obra titulada “Ojalá tú”.
Un libro que hoy saco de la estantería de mis esperanzas vacías, para venderlo en una tienda de segunda mano. Una tienda en la que además, todo aquello que se vende, son sentimientos en liquidación.
Te dejo.
Pero sobre todo, si te dejo con algo, es con las ganas.
Con las ganas de haber podido saber lo que hubiera sido nuestra vida en común. Con las ganas de que me quedase contigo aún recibiendo una cuarta parte de lo que te daba. Con las ganas de que me conformase con lo que ni siquiera merecía y, con las ganas, amigo, de que te dijera a todo que sí.
Así que llegados a este punto, y tras agotar la paciencia que nunca tuve, te confieso que soy intolerante. Intolerante a la infelicidad. Tú has sido mi alergia, y nuestra relación un sarpullido. Hoy entiendo que lo único en común que hubo entre nosotros, fue la idiotez.
La mía, la que tuve cuando decidí quedarme contigo.
La tuya, la que llevas impregnada en ti.

lunes, 23 de marzo de 2015

Sin edulcorantes, por favor



"Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere. No tengo paciencia para el cinismo, críticas en exceso y exigencias de cualquier naturaleza. 
Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír para quien no quiere sonreírme. Ya no dedico un minuto a quien miente o quiere manipular. Decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía, deshonestidad y elogios baratos. No consigo tolerar la erudición selectiva y la altivez académica. No me ajusto más con la barriada o el “chusmerío”. No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo de opuestos y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible. En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición. No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar. Las exageraciones me aburren y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales. Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna para quien no merece mi paciencia”.


Meryl Streep

Para volar sólo hace falta alguien que nos mueva el cielo

A QUIEN TE DEJÓ MARCHAR


Leí una vez, que cuando no podemos expresar nuestros sentimientos porque las palabras se agolpan en la garganta, cuando no nos va a escuchar quien tiene que hacerlo o cuando, simplemente, es mejor quedarse en silencio, lo mejor es escribirlo. Y funciona. Me funcionó en su momento. Hoy, me he visto reflejada en las pupilas de un desconocido y me he reconocido, tiempo atrás, en una situación similar. Por ello, he escrito estas letras. Para todas aquellas personas que necesitan decirse algo a sí mismas y a alguien en especial.

No se trata de rencor, no se trata de querer y no poder. Que no queremos cambiar nada y de nada serviría poder hacerlo. Simplemente, se trata de leer estas palabras, y sobre todo, de que alguien las lea. Porque en algún momento de tu vida, alguien te dejó marchar, y aunque haya llovido bastante desde entonces y sus huellas se hayan borrado por completo, de vez en cuando, recuerdas que un día alguien te dejó marchar. Y hoy, simplemente, quieres darle las gracias porque sin él, o sin ella, y esos días grises, hoy todo sería diferente. Por lo que, a quien nos dejó marchar le doy las gracias, por habernos construido.
Hubo días malos. No vamos a fingir que no ha sido así. Hubo días muy malos. No sé si los hubo para ti, me imagino que sí. Cuando algo se acaba, aunque una de las partes esté totalmente convencida, siempre duele. No porque tengamos alguna duda, ni porque no lo deseemos, sino porque en algún momento, cuando todo comenzó, pensamos que el final no llegaría nunca. Y sin embargo, llegó, porque todo acaba, de una manera u otra.

Pero también hubo días buenos. En los que comparas, y te das cuenta de que tal vez es mejor así. Y que, probablemente, hubiera sido mejor así desde hace más tiempo del que queríamos creer. Que nos aferramos tanto a algo, simplemente por rutina o por comodidad, que olvidamos todo lo bueno que nos estamos perdiendo. Y me resulta sorprendente, cómo una persona puede cambiar por su pareja, moldearse hasta perder su esencia y volverse en blanco y negro, perder todo el color.

No te deseo nada malo, de hecho, espero que encuentres el amor y, que esta vez, no tenga punto final. Digamos que este es momento “Someone like you” de Adele pero, bromas aparte, has de saber que no hay aversión en mis palabras. Que, simplemente, las cosas no siempre salen como queremos. Que esa frase de “no eres tú, soy yo” tiene más sentido de lo que queremos creer. ¿Que qué pasó? La vida. De nada sirve estar con alguien por pena o compromiso, simplemente es alargar lo inevitable. Has de saber también, que las cosas se pudieron hacer mejor, pero que tampoco es fácil. Que los hechos se van desencadenando un poco al azar y otro poco con la mala suerte.

No lo sé. No sé qué pudimos haber sido. Y ahora, la verdad, no me importa. Me importó en su momento, y esa idea rondó por mi cabeza hasta que mi imagen de ti se difuminó y se perdió entre mis recuerdos. Porque, si algo tengo claro, es que siempre permanecerás ahí, en alguna parte de mi memoria, como alguien especial. Que si nos encontramos, no quiero que actuemos como desconocidos, porque si algo duele realmente es fingir que algún día no fuiste importante para mí.

Pero alguien ocupó tu lugar. No tiene por qué ser una pareja. Tal vez fue una amiga, un amigo, tal vez un familiar, un compañero, un hobby. Y, obviamente, alguien ocupó el mío. Y así es como ha de ser, no quiero huecos vacíos en ningún corazón. Pero también tengo que decir, a quien me dejó marchar, que es una decisión con la que tendrás que cargar el resto de tus días. Que puedo prometerte, que jamás encontrarás alguien como yo, al igual que estoy segura que nunca conoceré a nadie como tú. Porque todos somos únicos, inigualables, especiales desde los pies a la cabeza. Que nadie te volverá a mirar con los mismos ojos, ni te sonreirá de la misma manera. Que nadie volverá a hacerte reír del mismo modo. Ni a hacerte llorar. Y tal vez, en algún momento, cuando creas que me olvidaste, alguien pasará a tu lado con mi perfume y durante unos segundos volverás tiempo atrás. Y pensarás. Pensarás en mí.

¿Sabes qué creo? Que un día cualquiera, una mañana cualquiera, después de un tiempo, te despertarás con alguien a tu lado y te darás cuenta de que me echas de menos.  


Hay historias que nunca acaban pero, del mismo modo, hay otras que nunca llegaron a empezar. Te deseo lo mejor a ti, y a quien te dejó marchar, por hacernos libres.


Compartiendo macarrones.